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Tara Rodriguez Basosa

Estoy sentada escuchando un disco de vinilo titulado Oración Caribe con Los Diplomáticos. Lo tengo desde que trabajaba con El Local en Santurce. En algún momento estuvo en venta, como muchas cosas que hoy habitan mi pequeño, medio desorganizado, pero acogedor apartamento en Santurce. El edificio es Art Deco, de los pocos que quedan. La arquitecta Olga Badillo menciona el Art Deco en Puerto Rico como un estilo arquitectónico que permitió una cierta autonomía y universalidad muy distinto a cómo los españoles o americanos utilizaban otros estilos para implementar sus propias identidades culturales. El tocadiscos es el portavoz de cientos de discos que viven en la sala, con un sofá y dos sillas antiguas, libros, un radio de mi abuelo Alberto, acordeones y una cámara Polaroid de los 1970’s. Mi carro duerme abajo en la calle, un Dodge Colt del 1978. Hipster total, dirías…

 

Cambio.

 

Mañana me voy a Lajas y Cabo Rojo con la Guagua Solidaria por varios días de brigada a fincas. Esta será mi última noche en Santurce por varias semanas. Mucho viaje se aproxima, no solamente alrededor de la isla por distintas fincas, pero al exterior. Me voy directo de brigadas al avión y luego del avión a brigadas.

 

Cambio.

 

Llegué corriendo al aeropuerto luego de haber estado en la #brigadasolidaria de esta semana en Lajas y Cabo Rojo. Estamos trabajando en dos fincas lideradas por mujeres puertorriqueñas, madres, menores de 45 años. Lo que siento es admiración y fuerza en el aire. Llevaba los últimos días durmiendo frente a una charca rodeada de siembra y acompañada de un nuevo amiguito Ruiseñor que canta a diario y una nueva amiguita de 4 años llamada Naia, que conoce y comparte todos los frutos de su finca. Los perros de la finca cazando iguanas a diario, el atardecer en el valle del suroeste es siempre impresionante, toda perspectiva de tiempo y espacio cambia. El grupo de la brigada visitamos el mercado agroecológico de Rincón, compartimos con agricultores y compramos cosechas de sus siembras para cocinar en el campamento. Nos encontramos con unos compañeros Boricuas de New Jersey que trabajan con la descolonización de Borikén, y luego de varios meses, ha salido el sol. Georges Felix llegó en la tarde a tomar las riendas de coordinación para yo soltarlas, compartiendo varias ideas que tiene sobre documentación, seguimiento y asesoría de necesidades en cada proyecto que visitamos. Su presencia es esencial, sin trabajo en equipo las brigadas serían imposibles y el proyecto no evolucionaría. Yo no tengo ni pretendo tener todo el conocimiento. Parte del proceso es aprender del aprendizaje de otrxs.

Esta semana tenemos voluntarios de Vermont, New York, New Jersey, North Carolina y Puerto Rico.

 

Cambio.

 

Estoy en el avión, camino a Boulder a visitar quienes llevan trabajando conmigo el Fondo de Resiliencia de Puerto Rico. Mi familia de Americas por la Conservación y las Artes (AFCA) me buscan al aeropuerto, compartimos chistes, trabajamos lo que nos apasiona, aprendemos les unes de les otres. Una mujer puertorriqueña de la diáspora y su grupo apoyando a una mujer puertorriqueña y su grupo en la isla; he sido testigo de tantos logros este último año gracias a esta familia. Le exhorto a toda la diáspora aliarse con proyectos de resiliencia y trabajo de base en Puerto Rico, mucho trabajo se logra con apoyo desde lejos.

Trabajaremos estos días con el Fondo de Resiliencia, sus “brigadas”, la “Guagua Solidaria”, recolección de semillas, materiales, colaboraciones con otros grupos alrededor del mundo, propuestas de reforestación, juntes de apoyo colectivo y mucha, pero que mucha, acción futura.

 

Cambio.

 

Seis meses, seis meses. Desde el famoso huracán María.

Llegamos a las 24 semanas, la meta original de nuestra campaña, que claro, con la combinación de las ambiciones de nuestro grupo se convirtió rápidamente en 24 meses, y hasta hemos hablado de 24 años. Ambicioso el querer impactar 200 proyectos de siembra. Hermosamente ambicioso. Y necesario.

Muchas personas trabajan en Puerto Rico con un proyecto de país autóctono, justo, sin burocracias, y saludable. Yo llevo una década, otrxs llevan varias décadas. Humildemente trato de seguir su legado. Cuando entiendes que esta meta es compartida, y que comenzó antes de tu existencia, entiendes que no es pura ambición y que tiene una fuerza particular. Nuestro grupo reconoce la importancia de este legado durante estos momentos de crisis climática, su importancia sólo aumentará con el paso del tiempo.

 

Cambio.

 

En pocos meses, El Fondo de Resiliencia y colaboradores, a través de distintos portavoces y activistas, ha logrado impactar unos veinte proyectos de siembra alrededor de las islas de Puerto Rico con las brigadas semanales. Hemos prestado la guagua solidaria para otras cuatro, nos hemos sumado a brigadas de otros grupos, se han recibido más de 50 solicitudes de agricultores en búsqueda de apoyo, con un proyecto nuevo contactando a diario. Se han repartido la mayoría de las semillas, se han hecho varias comidas comunitarias. Estamos en proceso de diseñar una casa de secado de tabaco y otras hojas medicinales, tenemos pendiente una brigada de construcción de una casa completa. Identificamos que uno de los próximos proyectos colaborativos será con abejas y estamos formulando con otros grupos maneras de dar más fuerza a nuestras brigadas. Ha sido mucho trabajo de organización, logística, visitas y asesoría, reuniones para “streamline” esfuerzos, presentaciones de estos esfuerzos, viajes a conferencias, propuestas escritas, llamadas virtuales… imagino que para muchos grupos trabajando con un proyecto de país que no ha sido apoyado por el mismo gobierno ni sus respectivos departamentos, ha sido un periodo sumamente “time consuming”. Hay semanas que se me acumula el trabajo, como a otres del grupo, y veo cuando sentimos el mismo estrés que sienten muchas personas que laboran mundialmente con temas de urgencia climática. Nada es “smooth sailing”, nadie es perfecto. Las brigadas requieren de un inmenso trabajo de logística entre voluntarixs, los agricultorxs, materiales requeridos, ingredientes para cocinar, el mantenimiento de la guagua y su equipo, y como siempre, las sorpresas de la vida.

 

Cambio.

 

Las brigadas. Presentan una solución a muchos de nuestros problemas de país, a través de prácticas de solidaridad. En fin, los proyectos que visitamos lo que necesitan realmente es una mano solidaria que les ayude a levantarse, lo demás va cayendo en sitio. No estamos tratando de crear resiliencia, sino de reforzar, poco a poco, el legado que queremos salvar del basurero de lo “obsoleto”. Poder dedicar varios días a un proyecto de siembra, acampar, cocinar y comer en “corillo”, enfangarse, visitar las fincas de los agricultores que antes me veían casi siempre en mi restaurante, soltar el celular y agarrar el machete, o la pala, o el lápiz. Las brigadas han sido instrumento valioso de varias organizaciones que llevan décadas dedicando esfuerzos a nuestro proyecto alimentario de país, son de valor indescriptible. Le explico a las personas cuando me preguntan cómo funcionan las brigadas del Fondo Resiliencia, que no queremos llegar a una finca y hacer un “flashmob brigade”, no nos interesa entrar, trabajar y salir. Las brigadas solidarias incluyen reflexión, creación y mantenimiento de bienestar, relaciones entre seres humanos, e intercambio de conocimiento. Agricultura, no agroindustria. Slow food, no fast food. Respiración. Estos componentes no quitan tiempo del trabajo, más bien crean tiempo a través del trabajo holístico de siembra y todos sus componentes.

 

Cambio.

 

Volviendo al tocadiscos… discos en la época de bluetooth? Muebles rescatados de la calle, artículos que traen memorias del ayer? Será por el “trend vintage”... volvemos al hipster total.

No voy a responder con la contestación obvia de que hay demasiada basura en el mundo, de que los carros nuevos llegan cada día más y más a “Isla Chatarra” (Karen Rossi) mientras aumenta nuestra afinidad al sentirnos que mientras más cosas nuevas y tecnológicas consumimos, mejor nos va. Eso es obvio, cualquier persona en Puerto Rico, Estados Unidos y muchos otros lugares del planeta vive literalmente a base de ese tipo de consumo y extracción. Comemos, no nos importa de dónde viene, ni menos quién lo produjo, mucho menos si esa persona y su familia se beneficia de la producción, es dueño/a de su terreno, es feliz. Salimos de viaje a consumir las atracciones turísticas que vimos en algún magacín, hasta en tiempos de crisis vamos a los lugares destruidos en búsqueda de una experiencia de “voluntarismo” casi al estilo misionero, sin realmente entender que nuestra experiencia no aporta hacia el bienestar de la comunidad que tanto queremos “ayudar” si no basamos nuestro apoyo en decisiones ni deseos de las comunidades. Sí, hay muchos casos como esos. Los hemos vivido.

 

Cambio.

 

Entonces, mi respuesta a la decisión de rodearme de objetos considerados obsoletos, antiguos, de antes de mi época… siento que es por la magia que contienen. Son de otro momento y tienen una historia de la cuál tengo algo que aprender. Su estética, su función. Han sido reemplazados y muchas veces intencionalmente olvidados, sin embargo cuando los descubro encuentro secretos, vida, y algo difícil de explicar, pero de mayor aprendizaje que muchas “cosas” de mi generación. Uno de los libros que más me impactaron cuando descubrí otro mundo alimentario es del 1975, “One Straw Revolution”, de un japonés. Me lo regalaron los que manejaban “Veggie Island” en la playa de Rockaway, NY, una vez que visitaron Puerto Rico y pasaron por el Departamento de la Comida.

 

Cambio.

 

La magia que nunca será obsoleta es la de las plantas, la tierra, las estrellas, el tacto, la pausa, el silencio, el descubrimiento, el envejecimiento. Veo cómo nos siguen tratando de convencer por ojo, nariz y boca, que la tecnología moderna y el “app” salvará nuestro sistema alimentario, cuando realmente considero muchos rituales y prácticas ancestrales más efectivos.

 

Cambio.

 

Fui las otras noches a escuchar a la voz nacional de Puerto Rico. Mujer. Guerrera. Yo no conocía su música desde joven, mi padre y madre no me pasaron esa información. La descubrí de adulto. Me pregunto si le hubiera conocido antes. Compartía con mi “date” la experiencia, el crowd, los colores del escenario, pero sobre todo, la inmensidad de la voz de Lucecita Benítez, imposible de ignorar como una fuerza mágica. Entre el público éramos de las pocas menores de 50 años, y con una figura de tanta historia de frente, y con un mensaje muy lejos de ser obsoleto. Pensé sobre el hecho de que en ninguna de mis clases de historia, ni de nada, me hablaron sobre estas figuras de magia, de resistencia o de lucha. Lolita, la conocí de adulto. Maelo, adulto. Zapatistas, adulto. Sylvia Rivera, adulto. Young Lords, adulto. Jesusa Rodríguez, adulto. You get the point.

 

Cambio.

 

Pienso en cómo he aprendido sobre soberanía alimentaria. Prácticas tan valiosas, pero que a veces nos toca rescatar del basurero.

Hay algo importante en el acto de no solamente conocer nuestra historia, sino de rescatarla, traerla al presente, practicarla, vivirla. Esa es mi afinidad a los objetos que muchos pensarán son obsoletos. Son todo lo contrario. Muchas veces mi relación con estos objetos me han hecho entender lo que necesito aprender de la comida y su siembra, nuestra historia como puertorriqueñxs con la tierra, sus frutos, la esclavitud, la extracción, la magia… Pensar que en unos días habrá un encuentro entre el Departamento de Agricultura y el Sector Agroecológico, por fin, luego de años y  pues claro, luego de senda tormenta que destrozó la mayoría de la producción local… y que regresando al 1975 a través de un libro puedo saber de situaciones similares. Fukuoka, el autor japonés, relata que el problema fundamental nunca se discute: simplemente no se puede seguir sembrando comida con químicos ni pesticidas. La contaminación alimentaria, en los 1970’s y más ahora en 2018, sea en Japón o Puerto Rico, es de los problemas principales de la agricultura apoyada y subsidiada por el gobierno. Fukuoka alegaba que con solamente un esfuerzo de parte del gobierno de sugerir que se siembre sin químicos, grandes cambios serían posibles. Pero claro está, la pregunta es, por qué el gobierno no acaba de simplemente sugerir que sembremos sin estos productos? Ni con la fuerza de María.

 

Cambio.

 

Algunas prácticas agrícolas, como arar con bueyes por ejemplo, hoy día son consideradas por muchas personas como adiestramientos obsoletos. Me parece interesante pensar en como un buey, un caballo, puede llegar a ser obsoleto. Sin embargo, cuando participas de la agroecología, se está tratando de rescatar, mantener y enseñar esa técnica, ese proceso, como parte de nuestra identidad agro-cultural. Algo que se me ha hecho muy claro en las brigadas en estas distintas siembras es la importancia de la agroecología como defensor de estas prácticas “obsoletas”. Yo, mujer de 34 años, nacida en los 1980’s, viviendo en el 2018, necesito, exhorto, deseo sacar de la basura todas las prácticas alimentarias que han sido reemplazadas por plástico, agroquímicos, y alimentos que simplemente no tienen ninguna magia. Nos encontramos en un momento que muestra que más allá de la nostalgia por “el ayer”, mucho conocimiento alimentario que viene de nuestros antepasados sigue en vigencia y efectividad hoy día. Veo como nuestras herramientas del 2018 pueden servir de apoyo al rescate de nuestra cultura alimentaria puertorriqueña, y como los huracanes demuestran aún más como esa agricultura es resiliente ante el cambio climático, la tecnología industrial y la mala costumbre de pensar que un tocadiscos solamente forma parte de una identidad hipster.

 

Cambio.

 

Rescatando y compartiendo el final del libro del japonés mientras pienso en los últimos seis meses de brigadas y lo que queda por delante:

“There is nowhere better than this world. Years ago I realized that human beings are good just as we are and I set out to enjoy my life. I took a carefree road back to nature, free from human knowledge and effort. Since then fifty years of my life have flown away. I have had some successes, but also failures. Many of my youthful dreams remain unfulfilled. I know my time here on earth is limited.

I am retired now and live in a mountain hut in the orchard. I have closed my farm to the public so I can better cherish the time left to me. The best part of living a retired life on the mountain, isolated from news of the outside world, is that I have a different sense of time. I hope, as the days go by, that I will be able to experience a day as a year. Then, like the tribal people I met in Somalia, I will not know how old I am.

These days I try to imagine that I am one hundred years old… or even two hundred. I hope that when I pass away my mind and body will still be in good condition. When I go to the fields or the orchard I say to myself: make no promises, forget about yesterday, do not think about tomorrow, put sincere effort into each day’s work and leave no footprints here on earth. I am happy simply to work joyfully on my farm, which to me is the Garden of Eden. The way of natural farming is forever uncompleted. Nature can never be understood or improved upon by human effort. In the end, to become one with Nature, to live with God, one cannot help others or even receive help from them. We can only walk our paths alone.”   

              1986 Masanobu Fukuoka, One Straw Revolution.

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